Abuela Rosa tenía una energía especial. Solía contar historias que llenaban la casa de risas y enseñanzas, mientras el aroma del chocolate y el pan recién horneado nos rodeaba. Era una maestra en el arte de hacer ofrendas, y cada año llenaba nuestro altar con los elementos necesarios: agua para los espíritus sedientos, sal para purificar, y las calaveras de azúcar decoradas a mano que preparaba con tanto amor.
Recuerdo un Día de Muertos en particular, cuando yo era pequeño y la ayudaba a montar el altar. Me explicó el significado de cada elemento y me enseñó a mirar más allá de lo que podía ver. “El Día de Muertos es el día en que los que nos han dejado vuelven a visitarnos,” me dijo con una sonrisa cálida. “No debemos llorar por ellos; debemos celebrar la vida que compartimos y recibirlos con alegría.”